Opinión vs conocimiento.
- Alan Quiroz
- 11 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Hace unos aƱos era popular la frase "la sociedad del conocimiento" para describir a la sociedad que supuestamente surgirĆa con el Internet y las tecnologĆas de la información. Hoy esta aseveración resulta casi ridĆcula. Y parece mĆ”s apropiado, si no elĀ "sociedad de la ignorancia" al menos sĆ elĀ intermedio "sociedad de la opinión".Ā Antes de morir, Umberto Eco criticó severamente el surgimiento de lo que llamó la invasión de los necios: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar despuĆ©s de un vaso de vino, sin daƱar a la comunidad. Ellos eran silenciados rĆ”pidamente y ahoraĀ tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios. En la era de lo polĆticamente correcto, todosĀ debemos ser "iguales", y al parecer esto incluye tambiĆ©n igualdad intelectual. TodosĀ tienen el derecho de opinar y mĆ”s aĆŗn de ser oĆdos, aunque esto llene los canales de ruido y de información chatarra. QuizĆ” Aldous Huxley no se equivocabaĀ cuando sugirió que en el futuro el problema serĆa no ya la censura y la represión, sino la inundación de lo inane: una sociedad ahogada en la distracción, en un mar de insignificancia. Manuel Gil Antón, profesor del COLMEX, dijo en el contexto de la discusión sobre la reforma educativa en julio del aƱo pasado: "Menos parloteo y mĆ”s silencio para oĆr a los que saben". Aunque para algunos parezca paradójico, en la bĆŗsqueda de la justicia, el orden y el bienestar colectivo es necesario jerarquizar y dar el lugar que corresponde a aquellas personas que tienen mayores conocimientos. Hacer silencio, como notó Kierkegaard, es la cura al problema moderno, tanto en un sentido individual (y espiritual) como social (y polĆtico). Hacer silencio aquĆ significa primero escuchar, poner atención, no distraerse, profundizar en el pensamiento. No opinar, abrirse al conocimiento.
Seguramente resultarĆ” enriquecedor remitirse a la distinción clĆ”sica entre opinión y conocimiento que hace Platón en La repĆŗblica, en el contexto de una sociedad o ciudad justa. Para Platón, aquellos que se deleitan solamente en las experiencias de los sentidos, en los colores, en las figuras y en todos los objetos que las artes producen (lo que hoy llamarĆamosĀ el consumismo), no acceden realmente al conocimiento. Suyo es solamente el mundo del cambio, del devenir, de lo no permanente.
El hombre que sabe es, en cambio, aquel que es capaz de observar tanto la cosa como aquello en lo que participa la cosa. Es decir, aquel que contemplaĀ la forma,Ā idea o arquetipoĀ que se manifiesta en una imagenĀ particular, pero que persiste en su unidad inmutable. Por ejemplo, aquel que no sólo contempla los cuerpos bellos, sino que contempla y estudia racionalmenteĀ la idea de la belleza en sĆ; aquel que contempla el ideal de la justicia o del bien, y se rige por esta idea trascendente y no de manera cambiante segĆŗn la veleidad momentĆ”nea. El que sabe es aquel que contempla lo universal, lo que siempre es bueno, bello y verdadero y no es contingente a la circunstancia y los apetitos y deseos mutables.
Y Platón hace otras tresĀ importantes distinciones: el conocimiento es de aquello que es, mientras que lo propio de la opinión no es el ser como tal sino el devenir, lo que cambia y por lo tanto no tiene la misma cualidad ontológica, de la misma manera que no se puede confiar mucho en el humor de unaĀ turba; el conocimiento es de aquello que es uno, mientras que la opinión es de lo mĆŗltiple; el conocimiento es aquello que se busca en sĆ mismo, es lo propio del filósofo que ama el conocimiento en sĆ, enĀ cambio la opinión es lo que tiene una relación utilitaria o instrumentalĀ con las cosas. De una manera mĆ”s moderna, dirĆamos que el que conoce es el que sabe ver el patrón que subyace y no seĀ deja llevar porĀ el calor del momento y lasĀ manifestaciones superficiales de un fenómeno, pues tiene una educación que le permite ver la fuente u origenĀ delĀ cual surge lo particular. Una de las cualidades que Platón siempre enaltece es la memoria. La tiranĆa de la opinión es justamente la tiranĆa de lo nuevo, de lo que no estĆ” supeditado a una tradición o a una escuela de pensamiento, de lo que no se acuerda del origen y evolución de una idea.
No entraremos aquà en la compleja discusión filosófica que conlleva el pasaje anterior -si existen los universales, si las ideas son trascendentes, si el cambio es ilusorio, etc.-; sólo nos concentraremos en lo que es mÔs relevante para nuestra época y argumento. Y eso es la visión de que existen valores que no son relativos. Esto es sobre todo relevante en nuestra época de las noticias falsas o de la posverdad: la noción de que la verdad existe, de que la realidad puede ser conocida y comunicada y no es meramente una convención.
La sociedad de la opinión se predica, en gran medida, bajo la creencia de que la verdad es totalmente relativa y de que no existen valores queĀ trasciendan un contexto o una Ć©poca. La filosofĆa clĆ”sicaĀ nos dirĆa que existen cosas como lo bello, lo bueno y lo verdadero -independientemente de si estas ideas existan mĆ”s allĆ” del mundo sensible- y que estas ideas o ideales son aplicables siempre de manera positiva, para el mejoramiento de una persona o alma. Igualmente, hay personas que por sus mĆ©ritos filosóficos o cientĆficos conocen lo verdadero, bello y bueno, y estas personas, si nos regimos racionalmente, deberĆan tener un papel de liderazgo y por ello mismo su conocimiento deberĆa imponerse y privilegiarse a las opiniones de la masa.
Platón utiliza la alegorĆa de un barco en el que se presenta un motĆn. El dueƱo del barco no tiene realmente conocimientos de navegación y estĆ” sordo y casi ciegoĀ y los marineros empiezan a agitarse y lo encadenan. Entonces se haceĀ bulla para ver quien va a capitanear la nave y todos tienen opiniones, pero finalmente empiezan a alabar no a aquel que muestra conocimientos, sino a aquel que parece ser mĆ”s astuto en idear cómo podrĆ” tomar el control de la nave. Los marineros no saben que para realmente llevar a buen puerto un barco hay que tener conocimientos del arte de la navegación, de meteorologĆa, astronomĆa y demĆ”s. Incluso, cuenta Sócrates, empiezan a dudar de que tal cosa como tener el autĆ©ntico conocimiento de pilotoĀ es posible. AsĆ entonces, el verdadero piloto pasa desapercibido y sólo podemos imaginar el destino desastroso de tal navegación. Todo lo mas porque quien sabe no suele enfrascarse en el bullicio, pues "no es natural para un piloto rogarleĀ a marineros para que le cedanĀ el timón, ni tampoco que el sabio vaya a las puertas del rico". En realidad, nos dice Platón, lo contrario es lo correcto: el hombre enfermo debe ir en busca del doctor.
Esta historia ilustra muy bien la condición actual de la sociedad de la opinión. Al considerar que la verdad es relativa, devaluamos el conocimiento y nos ponemos en manos de la tiranĆa de la opinión, arriesgĆ”ndonos a naufragar como sociedad por defender el valor de la auto-expresión por sobre todos los demĆ”s.Ā Curiosamente, este "valor" de auto-expresión es el mejor combustible para el capitalismo digital en elĀ que que el nuevo combustible de la economĆa son justamente los datos que producen las personas en lĆnea, opinando y consumiendo entretenimiento.
*Texto publicado en Pijamasurf.
